Por un
lado, el mundo desarrollado nos atiborra con alimentos engordantes y, por otro,
nos presiona para que luzcamos cuerpos esculturales. ¿Cómo comprender tan
gigantesca paradoja? Haré algo a
lo que ningún tertuliano español se atrevería:
reconocer que no tengo la menor idea.
Podría
esconder mi ignorancia y atormentarles con una catarata de abstrusas teorías al
respecto, pero me apetece más contarles el último método de adelgazamiento que
he descubierto. Una frivolidad, vale, pero significativa de cuán locos (¿o
geniales?) pueden llegar a ser los inventos para perder peso. Se trata de un
espray llamado Stink Yourself Slim, cuyo olor a culo de mofeta te quita de
inmediato las ganas de comer. ¿Te odias a ti mismo al verte devorando una bolsa
XXL de Doritos? Chorrazo de Stink Yourself Slim. ¿Te levantas por la noche a
atracar el armario de las galletas? Nada te ocurrirá si lo has fumigado antes
con Stink Yourself Slim. ¿Te has fumado un porro y tienes munchies de vacaburra?
Entonces puedes esnifar el Stink Yourself Slim directamente del bote.
Si el
pestilente aerosol fascina como producto, su inventora no se queda atrás. Alex
Fontaine es una empresaria de origen inglés de mediana edad con aspecto de
haberle pegado al frasco como una empresaria inglesa de mediana edad. Según
cuenta en su web (www.stinkyourselfslim.com), dejó el drinqui en 1999, pero no
así el chocolate, los pasteles y todo lo que llevara varios kilos de azúcar.
Habiéndose puesto como un elefante marino, trató de bajar kilos con batidos,
pastillas, hipnosis, electrodos, campamentos para gordinflas “e incluso un
tanque de flotación con música de ballenas” (¿ein?).
Nada funcionó, y encima su problema fue a peor porque tomaba medicinas para el
trastorno bipolar —la mujer lo tenía todo— que le encendían aún más el apetito.
Su
epifanía llegó en una fiesta en un pueblo en la que se sirvió un estofado tan
maloliente que a Fontaine, por primera vez en su vida, se le cerró el estómago.
Entonces tuvo la idea de replicar la experiencia con un spray fétido que
sirviera para reprimir el picoteo y los atracones, y un año y medio después lo
lanzó tras haber perdido 10 kilos en las pruebas con el producto. No sé si
comprar su relato, y desde luego el pelo a lo Susan Sontag que me lleva,
imitando al de las mofetas, no estimula mi credulidad. Pero considerando que el
ser humano desarrolló su rechazo a ciertos olores como forma de evitar las
comidas potencialmente dañinas, me pregunto si esta señora no está tan loca
como parece.
Mikel López Iturriaga.
Por Alba Fernández Docampo.
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